Llegó Dido fugitiva
de su Fenicia lejana,
a la ribera africana,
viuda sin trono y sin rey,
a la tribu de la costa
pidió que tierra le diera,
tanta como contuviera
la piel tendida de un buey.
Concedido el parco ruego,
ya las partes acordadas,
cortó en tiras tan delgadas
de un cornúpeta la piel,
que al unirlas formó un círculo
de tantísima largura
que fundó con mucha holgura
Cartago en su redondel.
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