Donde Gadaffi hoy impera,
reinó un día el Ogro Anteo,
terror de la Libia entera,
de cuerpo tan giganteo
y catadura tan fiera
que Goliat el filisteo
enano a su lado fuera.
Príncipe de los forzudos,
tenía tales cojones
que con sus brazos desnudos,
sin armas ni municiones
ni protectores escudos,
despedazaba leones
y se los comía crudos.
Presa de instintos arteros
y de malignas querencias,
se apostaba en los senderos
para asaltar diligencias
y esquilmaba a los viajeros
de todas sus pertenencias
hasta dejarlos en cueros.
Siempre triunfaba en un duelo,
pues tenía un raro don
que a nadie más diera el Cielo :
La fuerza de aquel gigantón
no le brotaba del pelo,
como al mítico Sansón
si no de tocar el suelo.;
de modo, forma o manera
que mientras su dura piel
tocando tierra estuviera,
nadie podía con él,
ni el mismo Zeus, siquiera.
( Si Gea parió al ogro aquel,
justo es que invicto lo hiciera)
En la tierra que habitaba
aquel endriago de endriagos,
tales desmanes causaba,
tanto mal, tantos estragos,
que el insensato que osaba
viajar por aquellos pagos
casi nunca lo contaba.
Hércules que no sabía
la existencia del Indino
caminaba cierto día
hacia Hesperia, su destino,
tropezó,-ya es suerte impía-
con el ogro en su camino,
cuando el sol ya se ponía.
Epica como ninguna
fue la lucha entre los dos,
bajo la luz de la luna :
El Mónstruo y el Semidiós,
El Mónstruo y el Semidiós,
por ring, arenosa duna.
Aquel combate, rediós,
hoy valdría una fortuna.
Tres veces, tres, derribó
a Anteo el héroe griego,
pero otras tantas notó,
que en cayendo a tierra luego
más fresco y fuerte se irguió.
Y así, dale que te pego
nadie vencía era un "draw".
" Tate; aquí hay gato encerrao",
pensó Hércules al filo
de darse por derrotado,
-a este hay que tenerlo en vilo-;
con este no vale el K.O:
Anteo que te he calao
ahora sí que lo ventilo".
Y aunando todo el vigor
en postrer arremetida,
levantó a su opositor
y lo estranguló en seguida,
pues al fallarle el "motor",
la toma a tierra perdida,
el gigante era una sor.
Acabada la faena,
siguió ruta el Campeón,
hacia Hesperia, tierra amena
de las Hespérides don,
abandonando en la arena
los restos del gigantón
al colmillo de la hiena.
Y así Heracles, el mayor
ángel exterminador
de los monstruos más marrajos,
- que también fue superior
en sus juergas y relajos-
acabó otro, y no el menor,
de sus Famosos Trabajos.
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