En la celda de adusto monasterio,
a la luz de candela mortecina,
nimbado con la pálida neblina
que emana el oloroso sahumerio,
agoniza el gran rey de un hemisferio,
que en el otro también rige y domina,
y en sus últimos ayes se adivina
el ocaso imparable de un Imperio.
Se oye un llanto sereno y contenido;
ha llegado el fatídico momento,
mas de pronto, su labio enfebrecido
parece reanimarse en un lamento :
! " Infelice, mejor me habría sido
ser el último lego en un convento " !.
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