Primero fue el romano omnipotente,
quien se estrelló contra esta orografía
torturada y hostil, fosca y bravía,
de pico airado y de feroz torrente;
después, en Roncesvalles, nuevamente
la misma suerte el franco correría;
luego el hispano con dolor vería
que no se doma al vasco facilmente.
Jamás un invasor cantó victoria
contra estos euskaldunes cimarrones,
por más que, sin pudor, cuente la Historia
que uno mandó grabar en sus blasones,
como máximo honor, timbre de gloria,
la leyenda falaz : " Domuit vascones ".
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