viernes, 11 de noviembre de 2011

Muerte de Cicerón

No escapa del tirano a tierra griega,
 ni empuña contra sí su propia daga;
el sicario que Marco Antonio paga
de un sólo tajo, su cabeza siega.
Antonio a Fulvia, su mujer, la entrega,
que su sed de venganza en ella apaga: 
no hay injuria o escarnio que no le haga 
borracha de odio, de sevicia, ciega.
Luego arranca la lengua del tribuno,
y atraviésala con una gran aguja,
y al ritmo del aplauso plebeyuno
rompe a bailar, posesa como bruja,
con esa inspiración y ese talento
que la hembra tiene para dar tormento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario