Pericles dio a su bien amada Atenas
un siglo de esplendor, nunca emulado,
eclipsando la luz de su reinado
a Egipto, Babilonia y a Mecenas.
El Olimpo otorgóle a manos llenas,
los dones que Pandora había negado;
las Musas le cantaron, coronado,
del lauro inmarcesible de mecenas.
Con Fidias y con Píndaro comparte
la gloria eterna del cincel y el estro,
la gloria de su Atenas bienamada;
para colmar todo saber, todo arte,
tal vez dijo al morir, cual su maestro,
Sócrates : "Sólo se que no sé nada"
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